Fecha: 31 de julio de 2025
Ubicación: Parque Central de Silvia, Cauca
Asistentes de la Fundación Territorial Magenta: Andrés Ramírez, Daniela Restrepo, Viviana Correa, Mauricio Vásquez










Viajar al corazón del Cauca: cuando la cultura se comparte desde el alimento
El pasado 31 de julio, desde la Fundación Territorial Magenta tuvimos el privilegio de participar en el cierre del proyecto de seguridad alimentaria en Silvia, Cauca. Esta invitación nos llegó de la mano de dos referentes del territorio: Mama Clara Tunubalá y Taita Juan Carlos Muelas, líderes espirituales y comunitarios del pueblo Misak, profundamente conectados con su tierra, sus tradiciones y su gente. A través de su proyecto empresarial Chisk Mamik, dedicado a la producción y transformación de quinua, han promovido una visión en la que el alimento no solo nutre, sino que también fortalece la autonomía, el tejido económico y la identidad cultural de Silvia y del Cauca en general.
Cuando fuimos convocados, supimos que no podíamos ir solos. Para nosotros, hacer parte de estos espacios es un acto de coherencia con uno de nuestros principios más importantes: tejer redes humanas vivas, esas que suman desde el territorio, la comunidad y la vida. Por eso, invitamos a Viviana Correa, cocinera, emprendedora y mujer que ha hecho de la cocina colombiana una forma de construir comunidad. Vivi tiene una relación íntima con la comida como herramienta de memoria y transformación. Su forma de cocinar combina ingredientes tradicionales con técnicas contemporáneas, y sus recetas logran conectar lo ancestral con lo cotidiano de una manera sensible y poderosa.
Salimos a las 7:00 de la mañana con los ingredientes listos, cargados de entusiasmo, y llegamos a Silvia hacia las 10:00. El parque central ya estaba convertido en un escenario lleno de vida. A un costado, la Casa de la Cultura acogía ceremonias espirituales del pueblo Misak. Por respeto, decidimos no intervenir allí, y nos ubicamos en el corazón del parque, junto a las demás experiencias del proyecto de seguridad alimentaria. Desde el primer momento nos sorprendió la organización del evento y la riqueza de las propuestas que se compartían. Caminar entre los stands era un viaje por la historia viva del territorio: textiles, productos artesanales, libros, plantas medicinales, preparaciones culinarias y expresiones gráficas que narraban los procesos comunitarios de Silvia.
El alimento no solo nutre el cuerpo, también fortalece la memoria, la identidad y el tejido comunitario.
Entre los sabores que descubrimos, una de las mayores sorpresas fue la torta de cubio. Aprendimos que este tubérculo tiene dos variantes, una dulce y una salada. En este caso, la torta estaba hecha con el cubio dulce, y tanto su textura como su sabor eran profundamente atractivos. Esta preparación no solo hablaba de ingredientes, hablaba de historia, de creatividad y de territorio. También conocimos procesos pedagógicos que buscaban preservar los oficios ancestrales, materiales editoriales que documentaban la historia del pueblo Misak y conversaciones que nos enseñaban sobre la organización social de la comunidad.
La feria también nos regaló momentos cargados de arte y orgullo cultural. Las danzas tradicionales presentadas por niños, niñas y jóvenes nos llenaron de emoción. Con vestuarios coloridos y coreografías bien ensayadas, llenaron el parque de energía, ritmo y tradición. Ver a las nuevas generaciones liderar estas presentaciones fue un recordatorio de que las raíces están vivas, que el lenguaje Misak sigue hablándose en casa, en la escuela y en las calles. Aunque sabemos que el territorio enfrenta desafíos, estos espacios nos muestran su enorme potencia y dignidad.
Uno de los momentos más especiales fue la participación de Viviana Correa con su propuesta de cocina. Presentó tres tipos de envueltos, cada uno inspirado en una receta tradicional reinterpretada desde su sensibilidad. Uno de ellos se inspiraba en el ajiaco, otro en la yuca con longaniza caramelizada en panela y limoncillo, y el último era una versión envolvente del arroz atollado. Su propuesta fue muy bien recibida. Las personas se acercaban, preguntaban, probaban, y cada bocado se convertía en una conversación sobre lo que somos y lo que podemos ser desde nuestros saberes culinarios. Fue un momento que conectó profundamente con el espíritu del evento: compartir desde el respeto, aprender desde el encuentro.
También tuvimos la fortuna de conversar con Alexandra, investigadora de la Universidad Nacional, quien acompañó la ejecución del proyecto durante sus tres años. Nos compartió algunos de los hallazgos más importantes del proceso, entre ellos, el crecimiento del consumo de comida chatarra como papas fritas y gaseosas. Frente a este reto, comenzaron a gestarse propuestas que buscan articular el saber científico con el conocimiento territorial, dando lugar a lo que ella llamó justicia epistémica: un enfoque donde los conocimientos locales y académicos se reconocen, dialogan y se fortalecen mutuamente para revitalizar el buen comer, el bienestar y la soberanía alimentaria.
Hacia el final de nuestra participación, recibimos un certificado de manos de Andrés Tombe, en representación del proceso organizador. Ese gesto, que podría parecer simple, tuvo para nosotros un valor profundo. Más allá del reconocimiento formal, simboliza un vínculo que se fortalece. Representa la construcción de una relación que no se agota en un evento o un proyecto, sino que se cultiva desde el respeto, la conversación y las prácticas compartidas.
Regresamos a casa con el corazón lleno, con nuevas preguntas y con más certezas. Lo que hacemos vale la pena. Porque en cada encuentro como este, confirmamos que los procesos territoriales no se tratan solo de gestión o de resultados, sino de humanidad. Son relaciones, afectos, prácticas y saberes que, cuando se comparten, nos transforman. Silvia nos recordó que la seguridad alimentaria es también una forma de cuidar la vida, de fortalecer el tejido comunitario y de proyectar un futuro con raíces.
En cada encuentro como este confirmamos que lo que hacemos vale la pena: construir desde la escucha, la cocina y el respeto al territorio.
Desde la Fundación Territorial Magenta seguimos comprometidos con tejer comunidad, territorio y vida. Gracias Silvia, gracias pueblo Misak, gracias a todas las personas que creen que el alimento, la cultura y la memoria también son herramientas de transformación.
Fundación Territorial Magenta
Tejemos comunidad, territorio y vida
Texto: Andrés Ramírez
Fotografía: Daniela Restrepo